Llibre dels homes

Retaule del mestre pintor

T

eatrillo pobre (el bululú se está dentro) y una voz solemne que anuncia el comienzo de la farsa sobre el trasiego de gentes en la calle. Se abre el telón. El maestro pintor se aparece de espaldas al público: está pintando un retablo rico en fantasías, feliz en sus fábulas, con dignidad demiúrgica. Está solo. El lugar, una iglesia imaginaria, lo iluminan las puertas abiertas de par en par al campo; por causa de ventanales desnudos, colores muy vivos (sobre un cartón) semejan el cielo de mañanas abrileñas. Llegan el trino y rumor de la pineda. El maestro pintor, cierto aire de calcetín, recuerda desde el andamio: son estampas, sus recuerdos, de tierras lejanas, pretéritas. Se suceden pasos fuera (la lengua contra el paladar). Entra por la derecha el benefactor: mueve alegremente los brazos (meñique y pulgar) de camino al retablo.

Vase. Nuevos cartones para el patio en palacio: luz vespertina, sol poniente, alegre vuelo de golondrinas. Alta pared al fondo, partida duramente por la sombra reclinada de un torreón; varia especie de frutales enanos; por cada columna, un rosal encaramado y, en el centro, un amorcillo de piedra haciendo pis de continuo. El maestro pintor se vuelve: está pintando un mural (algunas figuras paganas) al temple. Entra por la derecha la niña, perfil de media y rodete, con un vaso de agua fresca en una bandeja.

Vanse: el día y ella. Cae la noche, terciopelo negro: a través de la ventana, fulgura la plata de estrellas y luna. Cuarto creciente. Estrellas de cinco puntas. La habitación late en penumbra (ocres sobre siena tostado): botes, agua sucia, ropa usada, pinceles, flores marchitas, vasos, telas manchadas, zapatos, apuntes por el suelo, platos, papeles arrugados, velas, paletas disecadas… El maestro pintor, con un pie en el taburete, está dibujando mujeres nuevas. Suenan cascos en el empedrado (la carrera es cansada). Alguien baja. Alguien llama: «toc-toc-toc» en la puerta y «Avanti!» carboncillo en mano. Entra por la derecha la dama de negro, pálida muñeca de trapo, penosamente precedida del frufrú del luto. El carruaje, somnolientos los caballos, espera fuera.

Vase. Luz de tarde para cartones palaciegos: las mismas pared alta y sombra; los mismos frutales y rosales. Un mismo amorcillo de piedra para una misma meada. Otras golondrinas, la misma alegría. El maestro pintor se sube al andamio: está pintando un paisaje florentino de cielo profano. Entra por la derecha la niña, perfil de media y rodete, con un mismo vaso, distinta agua, en una bandeja.

Vase (tan contenta). Habitación abierta a la frescura del nuevo día (azules sobre todo); a través de la ventana, recibe un cuadro la luz de la mañana: blanco contra negro para el desnudo de la dama (bajo velos improvisados, afloran como fantasmas pezones y vello). La cama está sin hacer. Cacharros. Trastos por el suelo. Hay un segundo lienzo sobre un caballete (de espaldas al público); tras éste, está el maestro pintor limpiando sus pinceles. Entra por la derecha el benefactor, la barriga por delante: se detiene frente al retrato de la dama.

Vanse (cada uno por su lado). Se cierra el telón. Trasiego de gentes en la calle.