Noches en Poderna

La puta Pura

oooh, és prou freda». «Passa de Tots Sants, fill meu». «Vés… vés amb compte» y la Pura le lava los huevos. A decir verdad, el agua de la palangana está helada. La propia habitación lo está. «Llestos», le suelta cuando acaba las abluciones, y comienza a quitarse la ropa. El hombrecillo, que espera sentado en el catre, deja de tener frío a medida que la Pura descubre sus carnes de gran madre: «Dona, més misteri!», pero a ella sólo le pica la curiosidad el hatillo que ha traído consigo: «I allò?». El tipo se sonríe y baja la mirada: «tu saps, Pura, que jo…» y la Pura, que se baja las bragas, no deja que el rubor niño de sus mejillas le penetre el hueso del esternón: «bé, ja saps que jo tinc traça amb lo treball de la fusta i, doncs, jo, Pura… m'he dut un estri que t'he fet per a tu, Pura, perquè, bé… ja saps que jo… doncs no me'n surto prou bé amb una dona així… bé, així com tu, i he pensat, doncs, en ficar-te això a la vulva» y se gira a deshacer el nudo del paño. Luego, con mucho mimo, desenvuelve un palo tallado que tendrá palmo y medio de largo: «bé, ja saps… però, si vols, podem posar-hi una miqueta d'oli, Pura, que jo'm penso que t'agradarà prou si tu vols provar-ho». La Pura se lo mira un momento, recuerda haber visto el pene de aquel hombre, «el gran peu de bossa», bajo los pliegues de la piel y el mucho pelo, y traga saliva.

—Has portat els cuartos?

—Sí, dona.

—I dius que no t'hi vols posar tu?

—Bé, he pensat que jo, potser després…

—Després, maco?

—Oh, és clar! Si no, què fem?

—Home, si dus dues cuques, són dos grapats de cuartos…

—Té la seva llògica, però…

—Tens o no tens prou cuartos?

—Me penso que sí, Pura, però…

—Apa, doncs.

Y se echa en el catre. El tipo se la mira largamente con una ilusión que es nueva y, cuando la sabe a su disposición, tan allí, comienza a salivar y no puede no verse sobre su cuerpo de muchas maneras y formas y piensa luego un momento en ella e insiste: «Voldràs una mica d'oli?», a lo que la Pura contesta: «Posa-hi una escopinada, fill…». «Oh, sí. Saps, Pura? Tens tanta, de carn, que no sé què fer-ne» y la Pura no puede no distraerse pensando en otra cosa mientras repite «sí» y repite «carinyo» como una gata en celo. No sé da cuenta, tampoco. Prefiere volver a los días felices, antes del hambre y de la penuria y vuelve, de hecho, a sus brazos, a la luz de sus ojos, a los primeros besos, los besos más limpios que recuerda, y a su nombre, «Pura, la meua Pura, la Pura del meu cor», repetido en aquellos sus labios… Todavía era un hombre honesto cuando lo mataron. Un hombre joven y guapo que la quería como nunca nadie la ha querido. Pero se fue. Se fue y ya no está o se está sólo en aquellos ratos pobres en que se abre de piernas para que hombres como aquel Joan o Pere se entretengan con su coño. Si se parara a esucharlos alguna vez, quizá sintiera más pena que asco, y no es tanto por aquellas grapas brutas o por aquellos bozos llenos de babas como por la miseria que le escupen en la piel (de algún modo). Por más que frote, no llega nunca a sentirse nueva y, cada día un poco más sucia, se ha acabado haciendo a la mugre que puebla las paredes y los suelos de casa. Antes soñaba a menudo con toda aquella porquería, pero, a lo que parece, ya no le preocupa a nadie: «T'agrada, Pura? Digués… T'ho fico més adins?» y la Pura hace que sí y escapa de nuevo: repasa las tareas domésticas que están por hacer, recoger el dormitorio, barrer el pasillo, la escalera, y acaba, mejor, saliendo al balcón, al encuentro de sus geranios, que no hay planta más humilde. Allí tampoco alcanza el sol, pero el día, afuera, es hermoso. Si se quiere, el azul frío de los cielos de invierno