El misterio de Sant Mena

26 de abril de 1990

—Cómo está?

—Hecho una mierda.

El Carles se acordó de la figura maltrecha del Carlos la última vez que lo vio, tirado en el suelo, cerca de la boca del pozo, y no le costó nada asumir que el Javi no estaba exagerando ni un poquito cuando se lo decía de aquella manera: «sí, tío, hecho una puta mierda». Se le había muerto la mujer de cáncer hacía menos de tres meses y se había quedado solo y viudo antes de los cuarenta. Después de todo lo que habían pasado juntos hacía unos años, el Carles pensaba que él, en su situación, también estaría «hecho una puta mierda», caramba.

Bajó la mirada y removió el café con la cucharilla. Estuvo a punto de echarle otro sobrecito de azúcar, pero el exceso de azúcar (como el exceso de tantas otras cosas) también suponía una forma fatal de veneno, al final. Luego se acordó de que se habían visto con el Carlos otras veces por el pueblo, «hola, qué tal» y eso, por la calle, como si no hubiese pasado nada de nada, sabes? Pero, claro, lo lógico era recordarlo por última vez en el suelo del sótano de la masía en ruinas de los T., muy sucio de sangre, blanco de muerte, porque, lo quieras o no, la vida sólo adquiere cierta dimensión para la gente en ocasiones como aquella, de gran intensidad.

El Carles concluyó que el resto del tiempo no se vivía tanto como se estaba. Porque, perfectamente, se podía estar en los sitios, sin más, transitando los días del calendario como si cualquier cosa. Aunque él mismo se resistía a aceptar que todos ellos estaban desaprovechando sus vidas de alguna forma, no sabía si burda, torpe o vil, el caso era que llevaba medio vivo-medio muerto desde el seis de febrero de 1986. Eso eran ya cuatro años, dos meses y veinte días.

—Y qué?

El Carles levantó la vista y miró al pobre Javi, que le volvía a hablar desde el otro lado de la mesita del café del coro. Ya no era un chavalito con más cojones que cabeza. Tenía pinta de dormir poco y mal todos los días. Por suerte, él no tuvo que bajar con ellos al sótano. No tuvo que ver nada de lo que pasó, ni tuvo que hacer nada con sus propias manos. Mejor así, Carles. Fue pensarlo y dejar la cucharita en su sitio. Luego trató de respirar con calma.

—No sé, chico.

—Tú'stás bien o no?

—Sí, sí. Yo sí.

Pero l'Anton M., no. El pobre no levantaba cabeza desde lo del pequeño Eduardo y el Carlos M., como venían diciendo, estaba «hecho una puta mierda» después de todo lo que le había pasado últimamente. Lo normal, tío. El Javi no se acordaba del nombre del otro pavo, del puto panadero, pero daba bastante igual porque el puto cerdo se había borrado del mapa, no?

—Pos yo… Yo no'stado nunca en el castillo, pero, si hay qu'ir, vamos, eh?

—Gracias, Javier. Pero la verdá es que no sé si merece la pena.

—No?

—No. No es que dude de la palabra de los chavales, pero no veo qué podemos sacar en claro, tú y yo, metiéndonos ahí. Porque… Ponte que lo encontramos todo, vale? Vamos a ponernos en el caso de que bajamos los dos a la cripta y de que vemos allí esa gran tela de araña que dicen los chicos, con el agujero en el suelo, sí?

—Sí.

—Qué hacemos con eso? Quiero decir… De qué nos iba a servir?

—No sé, tendríamos que verlo antes, no?

—Tú crees?

—Sí. Bueno, no sé. Digo yo, eh?

—No sé, Javier.

—No?

—Podría ser cualquier cosa, no?

—Ya.

—Y, además… que no le veo la relación con nada, yo. Sabes que te digo?

—Sí, sí.

El Carles R. se refería sin duda al misterio de Sant Mena que habían resuelto a fuerza de barra de hierro hacía cuatro años, dos meses y veinte días. El Javi, claro, tampoco veía la relación entre los dos muertos del pozo y una tela de araña encima de un agujero en el suelo de la cripta del castillo de Sant Mena, sabes? Y, al final, macho, por más que quisiera, no podía hablar mucha más cosa del tema. Le pegó un trago a la birra que tenía delante y se pasó la mano por la cabezota. Hacía días que no se pasaba la burra por la azotea, joder.

—No sé, tío. A mí me da no sé qué, sabes?

—Ya, ya. Por eso he llamado a éstos, Javier.

—Sí. Es chungo, joder.

—Sí. Y no quiero que se nos pase nada, sabes?

—Ya.

—Pero no tenemos gran cosa, ahora.

—No?

—No. No han matado a nadie más, verdá?

—No, no.

—Y no sabemos de nadie que…

Pero el propio Javi ya le había contado en su día (hacía casi un año) que el cadáver del Alex T. no estaba en el pozo donde lo habían arrojado, «qué quieres que te diga». Yo no lo vi, pavo. Ya, chico, pero los muertos no desaparecen de los sitios así como así. Aun cuando las condiciones le son favorables, el proceso de la descomposición se toma su tiempo para agotar la materia, sí? Y que no, chico, que habían allí tiradas algunas piezas de ropa que deberían sobrevivirnos incluso a nosotros, caramba. El Carles R. razonaba fuerte por no sentirse murmurar.

—Si pasara algo, lo sabríamos. La gente no desaparece sin más.

—Ya. Pero's raro, no?

—El qué, Javier?

—Las cosas que pasan, digo.

—Qué cosas?

—No sé, tío. No sé cómo decirlo, yo.

Pero el caso era que el Javi venía notándolo desde hacía un montonazo de meses, pavo. Su madre le había dicho que veía una sombra chunguísima caminando por la calle, cada no sé cuánto tiempo; su mujer estaba medio loca, metida en la cama todo el puto día; y su hija Marujita seguía medio mala, por culpa de la anemia de los cojones, pero todo aquello, joder, no se lo podía contar al Carles porque todo aquello, joder, no tenía nada que ver con los dos muertos del pozo, ni con una tela de araña tocha que unos chavalillos del pueblo habían visto en la cripta de los muertos hacía menos de una semana, no?

—Mira, Javier. Lo que yo pienso es que no podemos andar por ahí haciendo locuras, como si nada. O dando palos de ciego, me entiendes? No nos puede hacer ningún bien. Ni a ti, ni a mí, ni a nadie, eh? Está claro que lo que pasó… Lo que nos pasó nos hizo daño a todos en el pueblo y eso, de algún modo, nos… nos sigue afectando, no? Nos tiene que seguir afectando por fuerza, verdá?

—Tú crees?

—Podría ser, sí. Algo así como una forma de contaminación que nos pesara sobre el propio pensamiento, sí?

—No. No te sigo, pavo.

—Sí… Piensa en una neblina normal y corriente que se te pusiera delante de los ojos y no te dejara ver las cosas con claridad.

—Como si viéramos borroso?

—Algo así, sí, pero a nivel de raíz, del pensamiento.

—Eso's chungo, no?

—No tanto, Javier.

—Joder que no. Sería tanto como decir que nos hemos chinao todos un poco en Sant Mena, no?

—Sí. Visto así… La verdá es que sí.

—Buah, no sé qué decirte, tío.

—Bueno, tanto da, chico.

El Carles tampoco estaba seguro de lo que estaba diciendo, la verdá.

—Mira, hagamos una cosa: si cualquiera de nosotros, de los cuatro, se entera de cualquier cosa sospechosa (algo más que un agujero en el suelo, quiero decir) nos ponemos de inmediato en contacto, te parece?

—Suena guapo, sí. Más nos vale estarnos al loro, eh?

—Sí. No quisiera que esperásemos de más, esta vez.

—Vale, tío.