El misterio de Sant Mena

9 de julio de 1990

—S'ha muerto un vecino mío, tío.

—Quién?

—Uno. No sé cómo se llamaba, pero era un hombre que vivía solo, arriba.

—Sí?

—Sí, tío. Se ve que s'había quedao solo, el pobrecillo. Porque se ve que su mujer s'había ido o algo y, como s'había muerto solo, no l'habían encontrado antes, tío, y estaba podrido en el sofá.

—No jodas, tío.

—Sí, tío. Me l'ha dicho mi madre.

—Qué chungo, no?

—Ya te digo.

—T'imaginas, tío?

—Ya ves.

—Que te murieses solo, tío, y que no t'encontrasen.

—Menudo putadón, eh?

Irracionalmente, los cuatro amigos se juntaban a las horas de más calor, cuando más luz había en la calle, esperando a que pasara no sé qué con todo lo demás. El sol de julio, el peor de todo el año, estallaba con violencia en las paredes blancas de las casas y los empujaba a buscar refugio a la sombra de los portales. Estaban sentados en las escaleras del número doce del Doctor Fleming. El A. les había dicho que pasaba mucho de ir en bici otra vez, que le daba palorro, y que, si bajaba con ellos, era para estarse un rato juntos a la sombra, eh?

—Vale, va, tío.

Hacía demasiada calda en la calle y el A. prefería pasarse las horas del día metido en una abadía de ocho bits donde se sucedían las reglas, las escaleras y los asesinatos. El hermano MALAQUIAS, el encargado de la biblioteca, acababa de morirse en las VISPERAS del día V. Había llegado el último a la oración como era costumbre, después de cerrarlo todo a su paso, y les había soltado «ERA VERDAD, TENIA EL PODER DE MIL ESCORPIONES» antes de subir al cielo de forma literal.

—Flipa, chaval.

En palabras del A., no parecía que estuvieran hablando bien bien de un videojuego del spectrum. El david tenía hasta ganas de perderse por los pasillos de misterio de aquella abadía. No había entendido muy bien qué narices podía ser el OBSEQUIUM famoso, pero la idea de escabullirte de tu celda por la noche para recorrer a tu aire los salones vacíos de toda una fortaleza medieval le ponía los pelillos de punta. Se ve que había que atravesar hasta un pasadizo secreto para llegar al interior de la cocina, tío. Era la única manera que tenías de acceder a la biblioteca durante las COMPLETAS (que era cuando se había hecho de noche en el juego).

—Pero el abad siempre m'acaba pillando, tío.

—Cuando sales por la noche?

—Sí, tío. En la quinta.

Se refería a la noche del quinto al sexto día (de un total de siete). El david se miraba al A. con envidia de la buena. Él no tenía ningún ordenador en casa, aún, pero, si les contaba a sus padres que era para hacer los deberes, no iba a colar, chaval, aunque tendría que intentarlo como fuera, no? Lo probaría, al menos, al menos, cuando sacase más buenas notas, tío.

—Porque'l spectrum también t'hace cálculos y eso, no?

—Lo que quieras, tío.

—Está guapo, eh?

—L'amiga 500 tira más, chaval.

—Sí?

—Ya ves.

—Pero's más cara y no te grabas los juegos, tío.

—No?

—No. Va con disquetes d'esos.

—Y no se graban?

—No, tío. Y, con el spectrum, te vale con una doble platina.

—Pos yo no tengo ninguna, tío.

—Eso's fácil de conseguir, no te pienses.

—Ya.

—A más, a más… que, si te pillases uno, yo te los puedo grabar todos, eh?

El david vibró por dentro al verse metido en su cuarto con su propio ordenador personal. Joder, pavo, si lo tuviera, si consiguiera uno, podría andar lo que quisiera por la abadía del misterio que les estaba contando el A., sabes?

—Y qué más juegos hay?

—Un montonazo, pavo. No te los acabas.

—Sí?

—Sí, tío. Además, que te los puedes hacer tú, eh?

—Cómo?

—Programando.

—Y eso cómo s'hace?

—Ya te dejaré un libro que tengo, vale? Y te lo miras tú.

—Un libro, tío? Es muy gordo o qué?

Por lo general, la idea de leer libros no entraba en los planes del día del david. Fuera de las lecturas obligatorios que les mandaban en clase (y que no siempre hacía), prefería ver la tele o salir a la calle, a jugar con los colegas. El marrón de la «boca plutonia» se lo habían tenido que comer entero el Sergio L. y el Enri B. buscando para nada en la biblioteca del cole. La palabreja no aparecía ni en los diccionarios de palabras, ni en las enciclopedias de los huevos. El propio Sergio había pensado o que no existiría o que se la habrían inventado «los putos espíritus». Luego de cansarse de irle detrás, se le ocurrió que, a lo mejor, tenía algo que ver con el planeta del espacio, «como si la boca del túnel comunicase de alguna manera con la otra punta del sistema solar».

—Tú lo'stás flipando, tío.

—Un poco, sí.

Plutón pillaba mazo de lejos, chaval. Lo estuvieron discutiendo un tiempo a la hora del patio, como unas cuantas semanas o así, pero es que, si fuese verdá, estarían hablando «por lo menos» de teletransportación instantánea y eso todavía no se sabía si era posible, tío. El Enri no quiso esperarse a que se les acabase el curso y le fue con el cuento al Antonio G., el profe de lengua, que era un tío suavón que se enrollaba bastante bien:

—Plutonia o plutonía?

—No sé.

—De dónde lo has sacado, Enrique?

—No lo sé, de por ahí.

—Ay, qué cabezita la tuya, muchacho…

—Pero existe o no?

—Pues claro que existe. Acaso no la acabas de pronunciar?

—No, yo digo'n el diccionario…

—Pero qué ideas tienes, chico. Quieres decir que, si la palabra no está en el diccionario, no existe? No crees que la gente ya hablaba mucho antes de la aparición de los diccionarios? O tú te piensas que siempre han habido diccionarios en el mundo?

—Pues sí.

—Pues no. Mira, el primer diccionario de la lengua castellana es más bien reciente, querido. Se trata del diccionario de autoridades y data del año mil setecientos catorce de nuestra era y antes de eso, puedes creerme, ya existían casi todas las palabras que conocemos.

—Ah.

—Entiendes lo que quiero decirte, Enrique?

—Sí… Bueno, no.

—Digamos que hay palabras que escapan al diccionario y que, no por ello, viven una vida… no sé, fantasmagórica. Estamos?

—Sí. Sí, pero, si no'stá ahí, cómo se sabe qué quiere decir?

—Bueno… Depende del caso, del contexto. A ver, plutonía viene de Plutón, que es el nombre romano del dios del infierno, eso está claro…

—Pero no'ra un planeta?

—También. Pero el dios del infierno va antes, querido.

—Estaba antes?

—A ver, no. El planeta ya debía estar rodando por ahí arriba mucho antes de que le pusieran el nombre, sí?

—No.

—En serio?

—Sí.