Encarnació, hija del mercero

Casas, Interior, circa 1890, detalle de una mujer.

¡Que iba nadie a componer nada mirando la su figura! Tiene el pelo negro como el hollín y la mano es grande y recia, de dedo gracioso pero rechoncho, y la cadera con la cintura es todo una, que no se aprecia en ella el talle feliz de otras mujeres. Las tetillas las recoge en un trapo, bien arriba, y los ojos, pues son como tantos otros: oscuros, redondos y chicos... Pero no le importa. Ella ha sido siempre así.

Las lecciones de l'Encarnació

Se añora de hace un rato, cuando estaba metida en la cama y el sol, muy perezoso, se colaba por la ventana de su habitación. Las sábanas le estaban haciendo mucho bien desque la despertara el ruïdo de la hora fabril que lleva a la gente...

L'Encarnació y el hechizo del florentín

Tarde en la tarde, se aventura en el interior de aquella librería vieja y de viejo. El lugar se le antoja oscuro y polvoriento. Hay montones de libros por doquiera que mire y nadie que la atienda. Parece que está sola entre cientos de voces calladas. ¿Por...

El bachiller Joan Pere y la cabeza del salvaje Roc

porque hay calles en Poderna que sólo llevan cuesta abajo, como la vida misma. El bachiller Joan Pere querría subir por la antigua portalada, en dirección al convento de las beguinas, pero sus pasos no son suyos. Camina pensando si es preciso llamar recuerdo a la sensación...

Las garrapiñadas de l'Encarnació

monedas de plata, sino unos cuartos miserables que le ha rascado al bolsillo de la chaquetilla. El bachiller Joan Pere es tan pobre que coge el cucurucho de las garrapiñadas y se vuelve al banco, junto a la muchacha. No la mira más que un segundo, por...

Diálogo de la azotea o La resignación de las feas

Amades, Costumari català, Barcelona, Salvat Editores, 1950, tomo I, página 265, detalle de un cielo de brujas.

unos pocos escalones más, antes de abrir la puerta. Luego sale a la azotea y recibe todo el azul del cielo en los ojos:

—Quin dia, tu!

—Veritat?

L'Encarnació baja la vista a los tejados del barrio y, como se le antojan prosaicos de aburrimiento, se vuelve sobre sus pies...