Égloga XI
La cera pesarosa de la tarde callada
moquea por las blancas paredes en el cuarto
de Belona enclaustrada, y al punto (pegajoso),
se mete Galatea, que palpa en su figura
las largas, negras crines de alguna cruel enjundia:
un sobrepeso de algas le flota por los ojos
y el áspero fantasma de su voz entre sombras.
GALATEA
¿Por qué no te dignaste a aparecer?
BELONA
Porque no pude.
GALATEA
Porque no pude. ¡Qué valor! A todos
se nos hizo difícil.
BELONA
se nos hizo difícil. La otra noche…
GALATEA
Ya me dijo Silvano que estuviste
con Gavilán de picos pardos.
BELONA
con Gavilán de picos pardos. No…
GALATEA
Nadie quiere explotarte la burbuja,
que ya te hacía falta una alegría,
BELONA
Yo…
GALATEA
Yo… Pero esto… ¡qué egoísta eres!
Lo podrías haber hecho por ella.
BELONA
Yo… lo siento de veras… por los dos.
GALATEA
Ella está rota. Nos necesitaba
y tú desapareces.
BELONA
y tú desapareces. Yo…
GALATEA
y tú desapareces. Yo… ¡¿Tú qué?!
Nadie pudo ayudarla, pero al menos
estuvimos con ella, la apoyamos,
nos apoyamos todos mutuamente
en vez de recluirnos asustados.
BELONA
No podía… no pude… yo no… yo…
GALATEA
¡¿Qué?! ¡¿Tú qué?! ¡¡Tú miraste para otro lado!!
BELONA
¡ME FORZÓ! ¡La otra noche me violó!
Su expresión no acertaba a comprender la angustia
que azotaba el seno y amedrentaba el pulso
de la pobre muchacha, sentada en carne viva,
pero logró entender que estaba en un aprieto
y se sentó a su lado y la abrazó en sus lágrimas.
BELONA
Apareció la bestia de su entraña,
hambrienta y ciega, de perfidia y sexo,
y me dejó un desgarro en la entrepierna
y su jugo brutal y pegajoso
aleteando dentro de mi coño,
reptando en las paredes de mi carne.
y llevo ya dos días trasnochada,
con la sangre volcada por las venas
tiritando de asco y pestilencia.
Galatea la escucha, la escucha desde lejos,
con antigua y profunda mueca de jeroglífico.
BELONA
Ya sólo tengo miedo, asco y miedo:
un idilio de ratas y membranas.
Y toda su brutal carnicería
va mordiéndome el vientre y la alegría.
A Galatea empiezan a hervirle por las venas
odios sin freno y rabias ruines, descabezadas.
BELONA
El trac eléctrico del traqueteo
de patas afiladas de tarántula
recorriéndome entera a todas horas.
Un reguero de vértigos sin freno,
de arcadas por la piel, por el cabello.
La cornada porcina de sus dedos
rasgando torpemente los botones
de aquella integridad inmaculada
que tuve hasta la noche de mi muerte.
GALATEA
Belona…
BELONA
Belona… Ya no más Belona, ya
corneja fornicada, luto eterno,
luto y fermento lamiéndome el cuerpo.
GALATEA
Tienes que denunciarlo. ¡Vamos! ¡Vístete!
BELONA
Llegas dos días tarde, Galatea.
Ya no puedes quitarme su desgarro
ni su baba fundida en mis entrañas.
Ni tú ni nadie.
GALATEA
Ni tú ni nadie. Pero eso es un crimen.
BELONA
Y a mí qué más me da que lo castiguen.
Nadie me quitará a mí su castigo.
GALATEA
Pero hay que hacer justicia o algo. ¡Algo!
BELONA
Ya te lo he dicho, llegaría tarde.
No existe ya justicia que me valga.
GALATEA
Pero es la forma de zanjar el tema.
BELONA
Ya me he duchado veinte veces, treinta,
y no hay bastantes duchas que me limpien.
Me quité el gel de su semilla blanca
hurgando con el dedo. Sí, hurgando.
Me lo hubiera quitado con un gancho.
Y aún lo siento por mi piel desflorada
trajinando la náusea en mi vagina.
GALATEA
El tiempo ayudará, pero primero
denúncialo a la poli, que lo aten,
que lo aten bien corto al muy canalla,
y así vas sacudiéndote su esencia.
BELONA
Ya nada quiero hacer, ya nada puedo.
Estoy cansada de tenerme en cuerpo.
Belona se levanta, cabellos somnolientos,
ojeras ermitañas y surcos por su cara
con paso de neblina grave hasta la ventana;
apoya dos suspiros: uno cada dos versos.
BELONA
Devuélveme a mi niña
y sus trenzas que fueron,
y tráeme su sonrisa
que se la llevó el tiempo.