A L (en su niebla)
¿Qué quedó del amor, qué del olvido?
Sé que se lo has dicho con el viento, con las nubes, con el tiempo.
Te lo digo sin versos.
Sé que se lo dijiste en la mejilla, en el cuello y de rodillas.
Todos sabemos por tu bigote tan ínfimo, por tu cruce de piernas tan cerrado,
lo que escondías bajo la suela del zapato.
Rozaste las hojas del arbusto y rozaste su vello púbico.
No nos importa si te agazapabas o te encaramabas a su pecho,
o si era demasiado joven para ti o si
era un animalillo en celo protegido por los guardabosques.
No nos importan las lagunas frías de tu mente, como no nos importa el deje inglés,
el ritmo clásico, la flacidez
de tu mano derecha.
Nadie se enmarañó entre la brisa como tus versos
(apenas recuerdo las palabras en tus versos).
Nadie bajo el sol supo la tonalidad de la furia de tu pluma,
nadie encontró las huellas de tu ritmo.
Nadie quiso seguir tu camino salvo
los nadies que quisieron un 'yo' que fuera nadie,
que fuera un reflejo sin sí mismo.
Inventaron un personaje llamado 'yo'. Un personaje que no existía,
porque no sabían de su envergadura,
los pobres bárbaros,
los muy nacionalistas.
Sólo sabían de lieder y de baladas y de bordones y de ruinosos sentimentalismos.
Tus versos miran con desprecio el grosor de la gramática.
Te lo digo sin versos.
Tus versos que disecaste para que no pudieran embalsamarlos los críticos.
Tus versos
(tan pulcros).
Mirar las tapas de tus libros de versos
(te lo digo sin versos)
es esperar en la consulta del dentista.