La cripta de G
Noches zurdas y viejas correrías
en un sótano-piso adolescente,
noches desparramadas, verborreicas,
las orejas alerta, la nariz
puntiaguda y certera,
los dedos como zorros alborotan
las faldas más bien cortas
de las alegres páginas de alguna
jovencita gramática europea.
Todavía las ves con claridad,
paladeas la nada en ese cuarto
kenosis… sí, ¡kenosis!
Te desgajas del ser y de los seres.
Podría ser mañana, mas el exceso
ha madrugado hoy, ha sido ahora,
ha sido ahora la dura kenosis.
¡Kenosis!
Te jactas de tu humor de bisturí,
tu belleza también se ha desprendido
del ser que auscultas en el fino azogue.
Ahora ves como en una película
todas tus críticas y tus ensayos,
kenosis como un río, kenosis como un virus.
Pero no hay marcha atrás, tu raciostruosidad
preclara e incisiva lo marcaron:
kenosis por los vidrios, kenosis en la alfombra.
Te paras ante un duro y afilado
retrato de mujer, te sangra tanto,
kenosis, tanto, porque
amas a la mujer incluso por encima
de la mujer, ¡kenosis!
Te abocas a la puerta que te queda:
el botiquín detrás del espejito,
el pavesiano gesto malversado.
En todas partes triunfa la kenosis
y triunfan en el suelo
algunos blísters deshojados.