CANTO II
Sueñan un feudo sin diezmos afilados,
sueñan sus tierras sin arduas sequías
en nombre de la fe.
Sueñan —y no lo saben— las farolas.
Sueñan el pino grueso y largas sombras
recortando los hábitos sagrados
del feroz monasterio inmaculado
de Sant Cugat. Azada tras azada.
Sueñan, soñaron.
Cruza nocturno quietas avenidas,
sombras grises plantadas de farolas,
farolas yermas carentes de flor,
farolas mustias carentes de fruto.
Seiku aprieta el pedal,
sus chanclas de piscina desgarradas,
alto y nudoso, manglar africano.
Apacenta su huerto con el alba,
María, con las débiles y blancas
luces del alba. Malla todavía
duerme en lo alto hasta que empiece el canto
del gallo.