CANTO XLVI
La señora asomada en el balcón
fuma escrutando al negro jardinero,
fuma despreocupada allá en su blusa
abierta a los deseos de su cuerpo,
blusa como banderas en el viento.
“Natalia, no es que tú no me intereses,
es que no me interesan las mujeres.”
Y se lo dice así, sin más, sin peros.
Natalia bulle y hierve en una fragua,
bulle y hierve en su estómago una náusea,
una traición y un monstruo de palabras
que no sabe decir,
y balbucea sólo unas sílabas:
“Maricón… vete”.
Valeria le hace un gesto al jardinero
y le deja caer la blusa al suelo
mientras se va adentro sin pensarlo.
Seiku recoge aquella dulce prenda
y se mete en la casa, sabe adónde.
Mulop dibuja en unas piedras blancas
que algún día serán la VIA AUGUSTA
la nariz del señor que vuelve a casa
antes de tiempo, y dibuja el pomo
que habrá de terminar el dulce coito:
“¡Puto negro de mierda! ¡Jardinero!
¡Mandingo muerto de hambre! ¡Hijoputa!
Y tú, pedazo…” Pero Seiku avanza
y se interpone entre el señor, que calla,
y Valeria, y aquel silencio de payeses
les eriza la espalda de repente.
Seiku, óbice enhiesto todavía,
lo agarra por los hombros y lo lanza
por la ventana.
El señor cae de lleno en la piscina.
Mulop dibuja en unas piedras blancas
y escupe sobre el mismo camino donde un día
pasará el carro de César Augusto
hacia Tarraco.