Moledo solo

CANTO XVI

Vagan las fiebres por el aire turbio

devorándolo todo, impregnándolo

todo, la estatua raída en la Rambla,

las figuras cansadas en los parques.

Sueña. Se toca y sueña.

Se toca y casi palpa el seno grueso

lleno de maleficios tributarios

de una vedette que sólo él conoce.

Él ha estado en Italia varias veces.

Ha visitado muchas catedrales,

ha tomado café en la Piazza Spagna,

ha catado a las hembras del Trastevere,

ha leído los títulos de las obras

en los Uffizzi: Rafael, Tiziano.

Alguien lo retrató ante la columna

de Trajano. Y así y todo no sabe

Italia. No conoce, no la siente:

ni los malditos del puerto de Nápoles,

ni los zurdos gentiles de Palermo.

Ve al Señor montado en la capilla

cabalgando los rostros humillados

con los dedos jugando a las pistolas

(no conoce la frase proverbial)

y le ve en la amargura de los labios

un recto pulso de ultratumba:

SED LEX.

Se pregunta, acaso se cuestiona,

el orden natural de las esferas

cerrando el universo en su diámetro.

Y sale de la ermita con los otros,

se cala el gorro rojo que estrujaba,

vuelve a casa torcido más que antes.

La génesis lasciva desta Europa

empapa el continente con sus tubas

de la victoria germánica (sordina:

han tejido las reglas en la noche).

De pronto el trote de un caballo firme

y otro caballo, a lo lejos, sale

con su trote al encuentro del primero.

Se agazapa en la sombra de la higuera.

Oye acercarse un tropel de caballos,

y los oye piafar hasta la puerta

del todo a 1€. Baja trajeado

un chino menudito. Con el móvil,

con un toque preciso de su móvil,

el maletero, la persiana, se abren.

Seiku lo observa atónito.

Seiku descansa sobre un banco duro,

de grandes tubos fríos de metal

de la Rambla, que al menos le refrescan.

Piensa en su traje, su corbata a juego,

y en todas las rayitas verticales

de la camisa, promulgando el SED

LEX, que conoce bien.

Observa al gato, lacio, vago, sobre

la tierra, que a su vez observa atento

el trasiego menudo de la boca

de un hormiguero, con gran interés.

Y lo ha visto correr tras los ratones

y cae entonces en la oscura cuenta

que no se puede pronunciar jamás,

que SED LEX, que no osa ni pensar.

Me he castigado muchas noches, largas

noches sin horas; noches sin consuelo.

Me ha perseguido la más cruel envidia,

me ha trasnochado vivo.

He surcado un rincón de entre mis sábanas

y no he encontrado más que noche negra,

más que el calor sobado de mi cuerpo.

Enfila una columna, poseyendo

sus casillas desnudas, sus funciones…

Desata un sumatorio ¡¡∑!! lo observa…

ahí está, a todo brillo, máximo

contraste, la vedette de sus ensueños.

La desnuda despacio, celda a celda.

Se toca, claro que se toca, cómo

no hacerlo, ya la tiene entre sus dedos,

ya la ve, ya descubre su figura,

ya descubre sus hombros y sus senos,

ya descubre en su ombligo la igualdad,

la madre del cordero, la ecuación

(se toca, sí, se toca) que resuelve

todo, sí, TODO. Suda, se despeina,

sonríe viendo ya todos los ceros

que se le vienen, cero y cero y cero…

y precipita su erección salvaje

sobre las negras teclas.