CANTO XXXI
Canta Ulises sin barcos una galerna de horas sin destino,
Ulises sin sirenas sin cantos en la costa.
Malla espera al heraldo del Abad, espera las noticias de sus hijos,
echados a los cantos sin caminos, los cantos de las gentes.
Seiku espera en la cola del teléfono,
espera en una cola de horas negras sin costa sin cantos de sirena,
espera
en una niebla de horas sin monedas sin andenes, y Ulises
sin destino una niebla de horas negras sin barcos.
Y el señor, tan señor, esperando en la casa, esperando en la sala, esperando en el cosmos
de su recibidor esperando a los técnicos del Wifi
sin destino y Ulises sin Ítaca sin cantos.
Orea los veleros del caballo el Galea, el velero como barcos de Ulises, los veleros del chute,
los veleros oscuros del veneno.
Se desgarra la vida y las venas y el sueldo de su madre, las nieblas de su madre
y el torrente de sangre marchita que le arrasa
todo el cuerpo, su pelo grasiento o ensangrentado
de la vejez de ayer, de antes de tiempo,
y sin bastón los dientes que ya fueron, las pozas
abiertas de la encía abierta a la infección.
Ulises por sus venas sin sirenas sin cantos
combuste el gas, combuste las horas sin veleros
de sus días, pero él recuerda que su jaco
tiene las crines negras y su oreo es música en las venas.
Malla espera y Ulises en su torre, en una niebla de horas sin sirenas sin barcos,
una galerna de horas sin Ítaca sin cantos,
esperando al heraldo del Abad como espera el Galea su velero.
Y el poeta se onana con sus versos
de siempre, con sus versos ya floridos,
y espera
por andenes rocosos de horas sin trenes sin Ítaca y niebla.