CANTO XIX
Han encontrado un arca de petardos,
una bolsa de plástico del año
pasado. No recuerdan qué buscaban.
Los ha abducido el monte de su hallazgo.
"¡Aparta!" Mira el resto del camino,
la enorme pista seca y despoblada,
y vuelve a alzar la vista hacia el caballo.
"¿Dónde están tus hermanos?" "Pues supongo…"
Mir alza su mentón y su mirada
cae a sus ojos, halcón en picado.
"¡No me mires, bastardo!" Mir le escupe.
Mengua su cuerpo, mengua su respuesta:
"En la era." "¿También está tu hermana?"
Salta la liebre de su rostro al cielo,
le clava la sorpresa en su blasón.
"¡Que no me mires, maldito payés!"
Ellos cabalgan las aceras grises
ondeando en el cielo sus mecheros,
ondeando en sus bocas la sonrisa,
sonriendo en sus almas y en el aire.
Meten un carpintero en un bujero,
deslizan otro en un tubo de escape,
corren de esquina a esquina, de container
a júbilo, y explotan papeleras
y buzones, gravitan en portales,
topan con una vieja flaca, topan
con los matones del colegio, topan
con el brutal deshielo de su júbilo.
Ricolf no entiende el interés punzante
de aquél; y el gallo, que sí entiende el velo
de ecuación de primer grado del otro,
lo rebasa y le arrea un puntapié.