Moledo solo

CANTO IX

Se las arrenda a dos tercios, a dos

tercios de producción, saben que es ex-

cesivo, saben que sepultará

su casa en un océano de mies,

que colmará sus silos de culebras.

Los Mollet, a caballo, ya se marchan.

Ricolf y Gangalot rabian cuchillos

contra unas ramas secas; su mujer,

sus hijas, se retiran en silencio.

Gandolf, estupefacto, mira el oro

que saciará las rentas del Abad.

Malla cierra la bolsa, cerca el puño

alrededor del cuello de la bolsa.

Atares saca el cántaro vacío

ceñido a su cintura, toma el paso

colina abajo, a las charcas verdes

de los Parets. "No te entretengas, hija."

"No te preocupes, madre."

Malla no sabe qué es una hipoteca,

como tampoco Italia, pero siente

el mismo erizo agudo en su gaznate.

Sólo sabe que Dios y sus ministros

le han gravado su ley y sus designios.

Se elevan en los campos las canciones

de remensa, rondando los oteros,

farfullando en los pinos del camino.

Recuerda la masía de su suegro

y a María en el pozo, niña aún,

trenzando y destrenzando sus cabellos.

No recuerda los versos de su canto,

sólo la ve mover los labios.

Se desgañita la sesera por

recordar su canción, por recordar

su voz de niña que repetía el pozo.