CANTO XXIV
Quiero cantar la alegría del grillo
entre las zarzas negras de Moledo.
Pero Moledo no es un pozo de alegrías
aunque broten a veces como copos de nieve.
No. Moledo amamanta a sus becerros
con la leche amarilla de su teta gastada,
con su leche amarilla y laberíntica,
con su leche cuajada y amarilla.
Malla mamó esta leche a todas horas
y Seiku está en la cola de la teta
en medio de la Plaza (del viejo ayuntamiento.)
Pasan sus días lentos solamente existiendo.
Sueña una piedra que se estrelle un día
contra la faz del rico en su mansión,
el mismo que le ordena sin mirarle a la cara,
lanzando mandamientos al viento o a las horas.
Ese o cualquier otro. Todos le dan lo mismo.
Sueña calles estrechas donde el crimen
florezca como piedra ensangrentada.
Malla observa sus duras herramientas:
La hoz puede segar el trigo del verano
y el resto de estaciones
puede teñir de sangre las banderas del pueblo.
Ya se hará una vez. ¿Por qué no puede hacerse
de nuevo antes?
Alicia vela en un rincón del cosmos,
sin ventanas al mundo, sin imágenes,
sin likes y sin enlaces,
y pregunta por alguien que la entienda,
la pregunta de siempre, de todas las Alicias
que son y han sido.
Su amiga la muy zorra, su novio el muy cabrón.
Pero también pregunta, como pregunta Malla,
por qué la vieja norma, por qué en un mundo nuevo,
por qué la espera y cuándo su turno de una vez.
Le da igual que le llamen negro porque
es negro.
Lo que sí le molesta es el otro racismo,
el de verdad.
Que se alejen, se asusten, en el bus, en el tren.
Que en los bares le cobren justo cuando le traen
la bebida.
Que le hablen tan despacio. Que soy negro, no sordo.
Pero por otro lado,
los toros, las ballenas, los árboles y el plástico
del océano.
Con la barriga llena te preocupas
de esas cosas,
porque los blancos siguen, aquí y allí y en todas
partes,
siendo las madres del resto del mundo.
Alzan la piedra. ¿Cuál? La más enorme, ésa.
Él la dedicará al Toro de las Aguas,
a su potencia grande, fecundador del suelo,
porque anega Moledo cada vez que el Besòs
se abre y lleva hacia abajo las cosechas.
Pero no. Graup la quiere allí en medio y lo tiene
labrándole su cara bajo los cuernos porque
él manda en todos esos lodazales y todos
deben saberlo.
Mulop pone un escudo para la diosa madre
y una serpiente larga para el cambio de todo
y unos arcos bonitos y lo camufla todo
en la cara de memo de Graup: sobre la espalda
el escudo que suele llevar y su garrote
una línea fina.
Él quiere dibujar los sonidos del hombre
pero lo tienen todo el día rebajando
la piedra, bien esbelta, la piedra, a los dioses,
lo tienen todo el día la talla de madera,
lo tienen todo el día el escudo del jefe,
la entrada de una casa, la entrada del poblado,
los límites del bosque, los límites del día.
Nota un sabor extraño
de cogerse la baja de quince en quince días
y lo dibuja con uno de sus
tizones fríos en una pared
cualquiera.