CANTO VII
Moledo siempre. En cada solar
y en cada fuente.
En cada charco en cada esquina en cada
rostro. Moledo. De La Conrrería
hasta los Pinatones.
Malas hierbas y un pozo de rebuznos.
El cielo es más azul en cualquier parte.
La estrechez de la niebla. Moledo siempre.
"Veire, amigo, ¿qué haces por aquí?
¿Quieres alfalfa?". Veire enmudecido,
se friega inquieto las manos, se friega
el cuello. Todos callan nuevamente.
Oyen el gallinero, oyen el
arroyo. "Traigo malas, Malla, traigo
un rumor de Moledo: los Mollet
quieren comprarte tierras." El arroyo
continúa su réplica incesante.
Oye su torre derrumbarse a sus
espaldas, las espaldas de su padre,
el lomo desollado de su abuelo.
Las rocas de su nombre, las espaldas
dobladas de sus hijos bajo el feudo
de los Mollet. Gandolf quiere decir,
Gandolf quiere actuar, pero los gélidos
miembros del padre se lo impiden.
No saben dónde está Italia, ni otros límites,
pero en su boca negra intuyen, sienten,
el medio de un camino hacia el infierno.
Y sus ojos, sus ojos (No responde).
Dejan a un lado el reloj digital.
Palpan la tierra anisada, sus yemas
hurgan la tierra arcillosa buscando
los otros dedos, el final del túnel.
Mira sin la mirada los bancales.
Mira, ve, sus payeses arrendados.
Mira el camino de cipreses, mira
el caserón de Bannalocha, mira
y mira y mira, borracho de angustia,
en lo más alto de su torreón.