CANTO XXXII
Canta Leopardi, canta la pesadez del cosmos
sobre sus miembros lánguidos, canta el relieve oscuro
de Nihil en las ramas de Moledo,
Nihil en las almenas de la tarde.
Canta Leopardi, canta los cultivos de noia y los campos de tedio,
los cultivos inmóviles de nada,
los campos y silencios de silencio.
Canta Leopardi, canta y se duele del ser
en las torres de nada el canto negro
de Malla,
el canto neolítico de Mulop escarbado en los pedruscos
de Moledo.
Canta Leopardi, canta y se encoge de hombros,
sus hombros de aristócrata cansado de hacer nada,
sus hombros angustiados de aristócrata,
sus hombros tan cansados, caídos a un silencio de payeses
que gravita en el muermo de los niños, aplastados de tedio sobre el suelo,
aplastados de un canto de Leopardi, aplastados siquiera sobre la nada.
No saben y no tienen y no se les ocurre
qué hacer, cómo pasar
las horas muertas de esa tarde gris, de esa tarde de canto de payeses.
Canta Leopardi y el Palo Bubónico se propaga en las casas,
se propaga en los parques, se propaga en las plazas, se propaga
en los adolescentes de hombros mustios, adolescentes de hombros angustiados y de tez angustiada,
adolescentes de claxon furioso, de claxon iracundo bajo los astros.
Canta Leopardi y una aleación de ratas
se propaga en las páginas del cosmos de Leopardi.
Canta Leopardi y Malla se propaga
entre la nada y los campos inmóviles.