Noches en Poderna

Canción de la dulce Bertrana

Desque le hablara su padre muy serio, que busca no encontrar si anda por ahí con las amigas: «Niña, mira bien lo que te digo, que, viéndote crecer, temo no estar a tiempo de repetírtelo más que una vez… Una sola, y no más. Mira esta mano y mírala bien. ¿Qué dedos tiene? Cinco. Te queda claro? Cinco. Ahora, advierte que todo se empieza con una mirada. Vas por ahí, ponte tú que vas por ahí, y te topas con una miradita y una miradita lleva siempre a otra, ¿estamos? Es así como empieza esto… Una mirada, un requiebro, porque luego viene el requiebro, la gracia bien dicha que te arranca una sonrisa, porque eres boba, hija, que es cuanto te debe la edad a tus años, que todavía no sabes las cosas y no te enteras, y una manita como esta se te echa encima, así, y te lleva por ahí y vais de la mano, de paseíto, y aprovecho la dicha y te paso el brazo por detrás, así, y vamos del hombro y me arrimo y te sonríes otra vez porque aquello, a ti, te hace gracia, que te caes de puro bobo, y es entonces, toma cuidado, que te han dado un beso en la mejilla y, del beso a bajarte las bragas, hay un solo paso, hija, así que ándate con ojo y tente siempre a este lado de la reja… Haz-me'l-fa-vor». Pero la Bertrana, de sus amigas, es la más risueña y glotona de todas y los zagales del barrio, los más gamberros y canijos, la acaban encontrando cuando ella no busca. Como aquel Guiraut de la Escombrera, que le ha venido y le ha dicho, delante de todas, «no voldràs pas dormir aquesta nit, que jo he de vindre a veure't i tu no voldràs dormir més quan et demani a la finestra, jo» y la Bertrana se ha reído en lugar de decirle nada, en buena parte por la desmesura entre la gallardía de sus palabras y aquella su figura de hombre por hacer, chica y enjuta. No deja de sonreírse, mucho después, cuando lo piensa todo en la cama. Tiene sueño y tiene neguit de saber si va a venir, como le ha dejado dicho, o si se va a echar atrás por miedo a lo negro de la noche… La Bertrana no se ve de la mano de aquel Guiraut, tampoco. Es poca cosa, a su lado. Si le diese por estrecharlo entre los brazos, lo quebraría como a una ramita de grama… Porque, puesta a quererlo, lo haría con toda la fuerza de su corazón. Y no se ve, la verdá, con él de paseo, ni se ve dándose besos con aquel chaval en un portal, a escondidas. No. Ni mucho menos. De todos modos, lo piensa. Si lo deja meterse en su cama, le da miedo se le pierda bajo las sábanas, y se ríe cuando no aparece. Si lo pone entre sus piernas, aunque sólo sea un momento, no le encuentra el gusto a algo tan pequeño sobre sí y… Llaman. Están llamando a la ventana de su habitación. Alguien toca en el cristal. Pasa de la medianoche. La Bertrana sale de la cama y mira al otro lado de la cortina. Es el Guiraut, negro al contraluz. Le pide que abra y le habla muy quedo: «I els teus pares, dormen?». La Bertrana hace que sí con la cabeza y el zagal, que se arrima a la reja, le susurra con ardor: «Vine, apropa't, que vull dir-te una cosa… Jo… Fa dies que et miro y penso que tu i jo… Hauríem de… Vine, que no't mossegaré pas. Te vull veure, només. Te vull parlar. Bertrana, ets… Bertrana, jo penso que ets molt maca. Jo, Bertrana, trobo que'ts… Mira, mira això que t'he dut» y corre a sacarse un papel del bolsillo. Lo trae plegado en octavos y hace por desplegarlo con mano impaciente: «Té, és per tu. Ho he fet per tu, Bertrana, perquè jo penso sovint en tu i he volgut… Bé, escolta que t'he de dir» y declama:

Aqesta don m'auzetz chantar

es plus bella q'ieu no sai dir;

fresc'a color e bel esgar

et es blancha ses brunezir;

oc, e non es vernisada,

ni om de leis non pot mal dir,

tant es fin'et esmerada.

Esto lo canta bajito, para que no los oigan. Luego, cuando levanta los ojos y sorprende el rubor tierno en las mejillas de la Bertrana, se apresura a deshacer más dobleces del papel. Busca la estrofa aquella en que se da importancia. Puede no parecerlo, pero el Guiraut puede ser un amante sufrido. El texto lo declara:

Si'l vostre durs cors fos taus

com la cortesia

que·us fai d'avinen parlar,

leu pogratz de mi pensar

qu'anz m'auseria

que·us preges, car non aus,

que mon cor teing enclaus,

Douza Bertrana, de vos en pensamen

tan jauzen

que, quant en re m'azir,

del doutz pensar pert l'ir'ab l'esjauzir.

Oye el suspiro. No aparta la vista de las letras manuscritas y repite, como en tornada, «anz m'auseria que·us preges», que es un poco lo que venía a exponer esta noche. Sucede, no obstante, que respira el hálito dulcísimo de la Bertrana, vuelta a suspirar, y se viene arriba, no poco. Mira en la otra cara del papel y lee, sin más:

Tant m'es grail'e grass'e plana

sotz la camiza ransana,

quan la vei,

fe que·us dei,

ges no tenc envei'al rei

ni a comte tan ni quant,

c'assatz fauc meils mon talant

…y para de golpe. Con ansia estrema de ver qué tiene «sotz la camiza ransana» la dulce Bertrana, casi comete la torpeza de cantarle aquellotro de «quan l'ai despoillada / sotz cortin'obrada», que traía tachado de casa, y no en vano, se teme, cuando trempa y adivina la sombra de un pezón passato oltra la gona. Siente la voracidad de las llamas subiéndole por dentro. Está fuertemente sitiado. Oye voces de alerta, muy lejos. Gritan desesperadas por causa de la caída inminente de la plaza y el Guiraut, que no le quita los ojos de encima, se echa un poco al lado y deja que la luz de la luna la llene y la prenda. Todo arde de pronto. El Guiraut contempla como su lema, aquel «anz m'auseria que·us preges», sucumbe al «quan l'ai despoillada» enemigo y, triste en la derrota, lanza una mano felona más allá de la reja. El papel se ha perdido en las sombras, como él. La Bertrana sale de su hechizo cuando la coge de una teta y le dice «treu-te un pit». Abre más los ojos cuando ve como se desabrocha el pantalón y se saca todo el aparato, que está por cubrir y tieso. Aquello le causa no poca repugnancia. Parece hambriento y da cabezadas torpes, como ansioso. El Guiraut, «té, agafa-la», la desoye, «no, qué asco», y le agarra una mano y se la pone allí mismo. Está ardiendo. «Mou-la», suplica, y la Bertrana se lo mira todo con asco y encierra aquello en su puño, como le indica el Guiraut, y lo sacude: «sacseja-la, així, corre-corre». «Así?». «Així-així» y el Guiraut vuelve a hundirse en la lisura de la camisa, en la mucha blandura de las carnes, y hace como que suspira o gime y la Bertrana sorprende el escupitajo que escapa de allí, de pronto. Va en tres salivazos y deja un rastro de babas calientes que van del alféizar a su camisa. Cuelgan de la reja como un moco que brillase a la luz de la luna. Ésta, la luna, riela muy alto en el cielo desnudo y terso. Titilan cientos de estrellas, no obstante.