Noches en Poderna

De los nueve libros de Villena

Les bruixes catalanes, Los libros del cuentamiedos, 2009, grabado de la página 108.

Las viejas de Segovia

Cuentan las viejas los círculos

alrededor del puchero,

invocando cada estrella,

y con ellas, a sus siervos.

En las aguas espumosas,

las burbujas chorreantes

se hinchan con cada verso,

revientan ruines e infames.

Desmenuzada osamenta

para maniatar los astros.

Si dan bien todas las vueltas,

desatarán a los trasgos.

Otra del sacerdote de Palencia

Entre los ajados lomos

de su negra biblioteca

el más preciado dellos:

un ejemplar de Villena,

raro, especial, rescatado

de las lenguas de la hoguera.

Cada página del libro

le roba de su litera

horas de sueño y descanso,

y cordura en la sesera.

Espera encontrar la clave

de los astros, las estrellas,

y conducirlas con cánticos

—un atajo o una senda—

hacia sus dulces deseos,

bien sabe lo que desea.

Lo que al buen hombre Millán,

sacerdote de Palencia,

le aconteció en sus lecturas

deste libro de Villena

no se sabe, no hay testigos,

sólo decires de viejas;

tampoco qué fue del libro,

aunque mágico parezca.

En los anales de Ampudia

el cronista sólo cuenta

que una tarde el organista

—de muy devota existencia—

vio unos símbolos pintados

sobre las losas de piedra.

Del sacerdote, ni rastro,

y sus estancias, desiertas.

Otra del caballero de Monza

Un buen caballero,

de buena casa y más nota,

adquirió un extraño libro

de un ocultista de Roma:

Lo libro de las estelas

o la última mazmorra.

Del libro se sabe apenas

algún rumor, poca cosa,

que era de los de Villena

salvado en la extrema hora.

El caballero italiano,

dicen las gentes de Monza,

velaba todas las noches

embebido entre sus hojas.

Dicen también que sus cuencas

oscurecieron sin demora.

Dicen que olvidó su hacienda,

que descuidó sus ropas.

Y dicen que cierta noche

de luna nueva y en sombra

de una torre del castillo

se despeñó con su esposa.

Otra canción del mismo

Nueve libros de Villena,

que la Iglesia los quemó.

Uno que no fue a la quema,

de todos la perdición.