Noches en Poderna

Diálogo del Cisco y en Fageda sobre la mujer de uno

—De vegades em miro la dona i penso què coi foto'mb ma vida que no me l'estic follant tot el puto dia…

—Què dius ara, noi?

Esto último lo pregunta el Cisco antes de darle una chupada larga y sentida al cigarrillo. En Fageda, a su lado, no acaba de abandonar la bruma que traía de casa, al llegar con la anochecida tibia del otoño. Exhala una bocanada de humo y rinde una confesión de naturaleza fraternal:

—No sé què'm passa.

Luego tira el pitillo al suelo de la calle y se vuelve para adentro, a rumiar bien sus cosas. El Cisco no le echa mucha cuenta, tampoco. Hace lo imposible por no escuchar las voces de los niños, a su espalda. Llegada cierta hora del día, le sientan como clavos en el estómago. Su mujer los manda a gritos. Todavía tienen que acabar de cenar, bañarse y meterse en la cama. El Cisco busca una nube solitaria de la que colgarse y en Fageda, mientras tanto, regresa de su tiniebla interior con voz de reviniente:

—No't passa a tu?

—A mi?! Prô tu t'has vist la…?

—Prou.

La Llucia (nacida Maria Llúcia) es la mujer del Cisco y tiene sus años, que son cuarenta y siete. Ha parido cinco veces y los muy cabezones, entre que están dentro y no salen, se fueron haciendo sitio en su seno y la Llucia, si nunca tuvo que tener figura para nada, la perdió. En Fageda no considera que el talle de aquella mujer pueda quitarle el sueño a ningún hombre de Poderna. Quiere entender a su amigo, el Cisco, que duerme cada noche a su lado. Nadie quiere follarse a la Llucia todo el puto día y, sin embargo, insiste:

—Jo'm miro la Montse, la dona d'en Tomet, saps?

—Ja.

—É-És un exemple.

—Ja.

—Me la miro i penso c'una dona'xí… Pues, bueno, que'stà molt bé, no?

—Prou.

—I que'n Tomet… No sé què coi fot que no se l'està follant tot el dia…

—Ja.

—Si jo pogués, saps?

—No.

—Si jo… Si la Montse fos me-la meva dona, pues, bueno, jo…

—Tot el dia és massa temps, noi.

—Ja. Prô tu m'entens?

—No massa.

El Cisco aparta el humo del cigarro a manotazos. En Fageda sigue allí sentado. Está mirando al suelo, pero no ve ni las llambordas, ni las colillas a sus pies. Busca otra cosa y no está sobre el empedrado de la calle:

—Bé, bueno, el que jo vull dir és que tot això m'ha fet pensar… Que jo, ara, em miro la dona d'un'altra manera.

—Quina?

—Em mirava la Montse, saps? I em deia… si jo pogués o… si fos meva, me la follava tot el dia… Bé, pot ser que tot el dia sigui massa temps, però… pensant-hi un'estona, he'nsopegat tot d'una amb la dona, la Genoveva, i m'he dit qu'era un burro…

—No poc.

—…perquè no me l'estava follant tot el dia, saps?

—Ja.

En Fageda se pasa la manota por la cara dos y tres veces.

—Mirant-me la Montse, he'nat a parar a la Genoveva.

—Pot ser…

El Cisco apura los restos del cigarrillo y busca en las volutas de humo que se pierden sobre su cabeza:

—Que la tinguessis massa a prop, tota l'estona.

—Ja.

—Jo, a la meva dona, ni la veig passar per casa. No me la miro pas.

En Fageda, que vuelve la vista a la puerta de la casa del Cisco, recuerda la figura sin talle de la Llucia. Nadie quiere follársela, ciertamente. En Fageda quiere comprender a su amigo, el Cisco, y supone que, a los cuarenta y nueve años, uno tiene muy vista (y tocada) a su mujer y no le quedan ganas de nada. Después, en cuanto deja de rumiarlo calladamente, suelta lo que le ronda la boca:

—Ostres tu, i què foteu aleshores?

—Què dius tu, ara?

—No folleu?

El Cisco, lejos de molestarse, echa la vista atrás y se pierde en la negrura de las noches pasadas. Oye otra vez el chirrido lastimero del somier. Los polvos, sobre el colchón de matrimonio, eran brutos y miserables. Recueda que, las más de las veces, se follaba a la mujer por quitárselo de encima. Al final, venía a ser lo mismo que rascarse un grano en la espalda.

—Que no tenim vint anys, nosaltres!

—Ja.

—Ja? Mira que'ts pocasolta!

—Jo?

—Cada cosa té'l seu temps!

—I així, no…?

—Quan mana natura, brètol.

—Res?

—Au, va!

—Jo..

En Fageda no sabe qué tiene aquella tarde (que ya es noche sin estrellas) que no puede callárselo:

—Jo només dic que'm sembla una mica trist. C'us passi això, dic.

—I allò teu, no?

Esto último, en Fageda, no lo escucha porque no quiere. Él se figura por un momento a la Genoveva después de dos ó tres partos más y no siente ninguna gana de follarse a la mujer del Cisco, tampoco. La mujer es una buena mujer y todo eso, pero en Fageda no se ve en la cama con ella, ni nada que se le parezca. Antes quiere abrazarse muy fuerte a su Genoveva. Ahora que está cerca de cumplir los treinta, da gusto recordarla sencilla y sin ninguna ropa. Viéndola en la cama, mientras descuida los ojos en un feo desconchón de la fachada de en frente, en Fageda no deja de preguntarse qué hace con su puta vida que no está en su casa, a aquellas horas, follándose a la Genoveva hasta la extenuación. Luego, sin respuesta, contesta:

—Potser sí, mestre.