Noches en Poderna

Canción de lluvia para armonio y dos voces

Hace poco caminaban por las calles cerradas y antiguas de la vieja Poderna, llevados por el gozo de haberse encontrado. Iban en paz, felices y en secreto. Ni ella había salido a buscarle, ni él la estaba esperando en un banco de cierta vía conocida de los dos. Ahora, que es poco después, van a la carrera bajo la lluvia. Él corre delante y la lleva de la mano, pero es ella quien da con un portal donde refugiarse. De primeras, se ríen. Toman aire y se ríen. Se miran y se ven la ropa empapada y se ríen: «Això és massa, tu». La Maria se aparta el pelo de la cara. Se le ha pegado a la frente de tan mojado que está. Luego se quita la rebeca y la estruja divertida: «Guaita, noi!». Al Josep, sin embargo, el agua no le ha calado todavía. Él sigue atrás, en el poyo de piedra. Está fuertemente atado al hechizo fruto del verbo y de la aparición. Leía…

Entre els morats i l'ocre, en carrer clos,

a sol morent, arribes tu, llunyana;

calla l'ocell, la font i la campana,

i al teu petjar hi ha un defallir de flors.

…y la veía llegar «llunyana» y leía «arribes tu» y la veía venir hacia él y sentía, en efecto, como callaban a su paso «l'ocell, la font i la campana». Ella estaba allí. Le costaba creerlo, pero ella se había aparecido a continuación de la página de su libro y se llegaba hasta él, a su encuentro. Repetía «só el transeünt sense arma ni cabana» y se reconocía indefenso frente a ella, el amor y el mundo. Por un lado, se henchía de júbilo, «m'exalta el pler», pero temía como nunca antes había temido en la vida: «mes l'angoixa m'atura / en l'abismal moment». Su voz y sólo su voz, «quin xàfec, noi!», puede traerle de vuelta al portal, junto a ella y junto a sí. Se miran largamente. Iban a decir algo, y parece que lo hayan dicho, pero antes se han sonreído de puro alegre, de saberse allí, los dos. El Josep siente el verso, «Ets en ma carn l'Immutable Present», y siente que está dicho, que no es necesario expresarlo sobre los hechos que ya están hechos. Desea besarla, y esto no está dicho. No de una forma explícita. Ella quisiera sonreírle de nuevo, pero también la mueve el deseo de unión y la distancia, apenas dos pasos, la detiene. Se quieren largamente. Oyen llover y oyen el sonido dulce del armónium llenándolo todo. Es una melodía humilde y sencilla, que derrota los pasos y les lleva con amabilidad en brazos del otro. Después sube y tiende a perderse en los aleros con suma facilidad, donde se confunde con los chorros de agua que se arrojan libremente contra el suelo. Se han besado. Se miran a los ojos un momento y se vuelven a besar. El Josep, entonces, se deja arrastrar por la dulzura del beso de la Maria y busca donde asirse, por no caerse, y se coge a ella y es entonces, cuando se ha sujetado bien, que es devuelto a la umbría del portal, a la tarde de lluvia, al frío de diciembre, donde sorprende una mano sobre el pecho adorable de su amor, su mano, la mano embriagada que se embriaga, sin embargo, en caricias que no le encuentran fin a la ternura y a la suavidad del pecho adorable de su amor porque, sin duda, no ha de haberlo. El Josep se mira y mira la mano y dice «no». Aquello no puede ser, así que dice:

—No. Això no pot ser.

—Eh?

La boca sigue abierta, en medio de un beso. Vista así, se le antoja muy blanda, y desea besarla una vez más. La misma Maria lo desea. Parece que pida más, que pida otra boca para que la muerda. Pero el Josep se retira. Cierra los ojos. Hace que no. La Maria, entre tanto, se pasa la lengua por el labio y dibuja un rastro de saliva vivísimo. Tiene las mejillas encarnadas y los ojos resultan siempre muy bellos. Al Josep le cuesta soportar tanta hermosura junta. Le cuesta comprenderlo. Se siente desfallecer. O siente, otra vez, que podría desfallecer. En cualquier caso, aparta la mano del pecho adorable de su amor y deja que las caricias se pierdan en la umbría del portal. Hace bastante frío. Afuera, arrecia la lluvia. Las gotas se precipitan sin fin sobre el empedrado y, tarde o temprano, tocan dos cuartos de seis.

—Que no t'ha agradat, dius?

—No. Vull dir… No. Sí. No, sí que m'ha agradat el teu bes, Maria, però això… Això no està bé. Jo te vull estimar veritablement, Maria. Jo no vull furtar-te petons, ni vull grapejar-te de qualsevol manera. No… No com les bèsties. No com un salvatge, a la fosca. Maria, jo te volia veure per a declarar-te el meu amor per tu i això que fem, Maria, això jo no ho vull… El nostre amor és quelcom bonic i penso que no l'hem d'amagar a ningú. Ans al contrari… Diria… Jo abans diria… No. Jo dic que cal que'l publiquem per les places i els carrers de tan preciós ques! No trobes?

—Dius… Dius que m'estimes?

—Sí, és clar que sí. T'estimo, Maria. Ja ho he dit. T'estimo, t'estimo! I és per'xò mateix que no vull que'ns amaguem com si fóssim uns lladregots, com si fóssim uns perduts… Res, Maria… Res del que fem pot estar mal fet. Si tu i jo ens estimem, i ho fem veritablement, anem avon tots ens puguin veure feliços i joiosos d'amor!

—Ara plou…

—I més que plourà! Ho sents, Maria?

—El què?

—Jo no seré com tants d'altres que'mbruten el seu amor amb grapades de porc i llengoteixos de ca mesquí. No faré com les animàlies, jo, que's deixen endur pel més baix del seu ésser natural, sens coneixença. Hi vull posar seny i l'hi vull posar perquè t'estimo, Maria, i no diré pas massa perquè no és possible dir-ne mai massa del que jo sento per tu, Maria. No fóra just. Jo t'he de fer entendre que t'he d'estimar tota la vida. Jo… No vull que l'ombra dels petons més dolços sia'l darrera de les meves paraules. Jo t'estimava abans i t'estimaré després. No voldria que ho dubtessis mai, Maria.

—I no ho faré, Josep.

—Jo voldria desfer els nostres pasos, voldria tornar a

—No caldrà. Aquí estem bé. Dona'm la mà…

—La mà?

—Té, posa-la al pit.

—Però!?

—Toca'm, Josep, perquè la mà, aquesta mà al pit, ha estat la que m'ha informat de tot això que ara deies i, per la mà, Josep, per la mà i no les paraules, mai no dubtaré del teu amor. Fes-me un bes, ara. Sigues un porc per mi.