Noches en Poderna

El Teo y el ardor de la noria

Finalmente, la Juliana se echa en la hierba y se arremanga la falda: «Vin'aquí, homenot», y el Teo, l'homenot, va y se pone encima de la Juliana sin pensarlo. Del mismo modo que la ha seguido a la umbría de los huertos por la senda de la riera, se baja los pantalones y los calzones de atar: «Oh, Juliana, jo…» y la Juliana separa las piernas y lo recibe entre los brazos: «va, va, va». El Teo va porque el Teo hace días que quiere ir. Se mira a la Juliana un momento a la cara y siente unas ganas horribles de besarla. Pero no la besa porque apenas la conoce. Busca más abajo. Las tetas (las tetorras de la Juliana) están derramadas debajo de la camisola, así que mira más allá y se topa los muslos blancos y gruesos de la Juliana. O el mucho pelo de la entrepierna. Piensa (porque va en verbo) «quina dona, tu» y sorprende al fondo, aunque por un segundo, el colgajo de su churrilla. No lo entiende. Está como fuera de lugar. El Teo no sabe qué hacerle. La Juliana, puesta debajo, protesta: «¿Que no t'agrada el que trobes?» y le busca el pene con la mano fría de jugar con el agua de la noria. Hace un rato metía la punta de los dedos en mojado y le decía «i tu no't vols mullar?» y el Teo, que lo quería, y mucho, temía mojarse (y mojarla) antes de hora: «Prou». Pero el «prou» se le ha perdido de camino a la umbría de los huertos. O peor: se le ha apagado en el momento de bajarse los calzones de atar. La Juliana, por costumbre, no se calla nada: «¡¿Què's això?!» y el Teo, por compasión, está a punto de decirle «la meva titola, filla». Lo siente mucho y lo siente de veras, pero no se le ocurre otra manera de expresarlo. La churrilla, entre los dedos helados de la Juliana, es cosa pequeña y blanda, como cuando era un niño. Aunque su madre solía decirle «lávate la churra después de mear», el Teo no tardó mucho en cogerle afición al asunto de pringarla en saliva, semén y todo lo demás. Recuerda, con la Juliana de cuerpo presente, que probó con aceite, untos de naturaleza diversa y alguna que otra hortaliza de carne blanda y jugosísima. Ya lo decían en el barrio: era un chaval muy inquieto y las muchas julianas de su juventud lo pusieron muy malo en el buen sentido: «Doncs no, noi… Que no s'hi vol posar». El Teo hace por excusarse de inmediato: «Treu-te un pit» y la Juliana se saca las dos tetas (que son tetorras) y el Teo siente que muere (un poco) de la impresión: «és massa».

—Massa?

Y lo habla consigo mismo, al fin:

—Què'n faig de tot això? Vull dir… Què'n puc fer, jo?

La Juliana no responde. La Juliana se solaza hondamente y deja que le crezca una sonrisilla traviesa en la cara. Vista desde arriba, está aún más preciosa y el Teo, «en serio», se encoge aún más entre los dedos helados de la muchacha: «jo volia».

—Va, vinga… Que't capfiques per res, tu.

Y el Teo, mirando aquella «res» de tetas enormes y jugosas, siente que no puede, y nada, que no puede: «puta merda, cago'n tot». La Juliana, por eso, no deja de jugar con la blandura de su churrilla en la mano. Todavía tiene los dedos fríos del agua de la noria y está muy a gusto sobre la hierba, en la umbría soberana de los huertos de la riera.